Tras su celebrada trilogía sobra las relaciones materno-filiales, J.A. Bayona se enfrentaba a palabras mayores con el encargo de realizar la exitosa secuela de Jurassic World (2015), de Colin Trevorrow y, a la postre, quinto filme de la saga jurásica iniciada por Steven Spielberg, que este sábado cumple 25 años. El catalán ya había dado muestras más que suficientes de su talento para llamar la atención del Rey Midas de Hollywood y debutar por todo lo alto en la meca del cine con una superproducción que se estrena oficialmente en las salas españolas este jueves. En Estados Unidos lo hará el próximo 22 de junio.
Y es que el resultado de Jurassic World: El reino caído no solo se codea a la misma altura con los dinosaurios del filme original de Spielberg, sino que supera con creces las expectativas creadas. El universo jurásico que ha orquestado Bayona reúne todos los ingredientes para catapultar al cineasta de 43 años hasta lo más alto del firmamento cinematográfico. Sus dos horas y diez minutos de metraje no dan tregua al espectador desde la impresionante secuencia inicial, con la presencia aterradora de un enorme dinosaurio que parece comerse la pantalla.
La cámara se mueve con soltura de forma trepidante ya sea por tierra, mar o aire y lo más destacado de todo es que, pese a la acción y la destrucción que conforma este relato con guión de Colin Trevorrow y Derek Connolly, la huella de Bayona se nota en cada escena.
Así, vemos guiños a Lo imposible en la primera parte que transcurre en la isla Nublar, con esos minutos agobiantes rodados bajo el agua con el giroscopio hundido tras la erupción del volcán. También recuerda a El orfanato la escalofriante escena que tiene lugar en los pasillos de la mansión californiana de Sir Lockwood, el anciano exsocio multimillonario de John Hammond, el personaje encarnado por Richard Attenborough en la primera entrega que tuvo la brillante idea de crear el famoso parque jurásico.
Precisamente, esa mansión marca el devenir del segundo escenario por donde transita esta historia que vuelve a contar con Chris Pratt como el simpático adiestrador Owen Grady y la Claire Dearing de Bryce Dallas Howard está reconvertida ahora en la piel de la líder de la fundación en defensa de los dinosaurios. Del paisaje exterior de esa isla que quedó arrasada hace tres años pasamos a la oscuridad de una vivienda que guarda demasiados secretos y en la que el rol de la pequeña y avispada nieta de Lockwood es fundamental.
Al igual que ocurriera con el solitario personaje del Connor de Un monstruo viene a verme, Maisie (sorprendente debut de Isabella Sermon) se debe enfrentar a sus propios fantasmas y a los verdaderos monstruos que la amenazan. Es en esta parte cuando El reino caído adquiere tintes de terror gótico conjugado con la conspiración de esos villanos que esperan sacar tajada del ‘rescate’ de las especies que sobrevivieron a la catástrofe en la isla Nublar para sus propios negocios.
Podría decirse que esta entrega tiene un claro mensaje ecologista. Los dinosaurios son los encargados de robar la función y logran que el espectador acabe empatizando con su difícil situación, como esa emotiva escena en la que un saurópodo herbívoro mira cómo todos huyen mientras la lava que escupe el volcán está a punto de alcanzarle.
Hasta esta película no habíamos visto tantos animales prehistóricos juntos ni se había puesto sobre la palestra el debate moral de rescatarlos o dejarlos morir, con la opinión del Gobierno de EE.UU incluido. La isla está a punto de quedar reducida a cenizas y la sociedad está dividida entre salvar o acabar de una vez para siempre con esas criaturas que se extinguieron hace 65 millones de años y que el hombre se empecinó en hacerlas volver a la vida.
Lo de jugar a ser Dios tiene su precio y ahí es donde el personaje del ya conocido matemático Ian Malcolm (Jeff Goldblum) deviene primordial en su reflexión sobre el poder de la madre naturaleza y la incierta perspectiva de hacia dónde nos va a llevar la revolución tecnológica y genética. Aparece de forma breve, pero sus palabras no podrían ser más claras. Por eso echamos de menos que intervenga en más ocasiones, lo que podría haber elevado el nivel de una trama que deja algunos cabos sueltos para centrarse en no dejarnos respirar tranquilos ni un segundo. Y es que la tensión es constante.
En esta ocasión, la velociraptor Blue, la última de su especie, vuelve a encontrarse con Owen y se enzarzará en una pelea con ese dinosaurio del futuro modificado con genes del pasado de nombre Indoraptor que hará pasar canutas a nuestros estimables protagonistas desplegando todo un alarde de violenta inteligencia.
La secuela de Jurassic World no esconde en ningún momento la admiración por la película original y deja en evidencia el amor de Bayona por el cine, otorgando siempre su sello personal. El ganador de tres premios Goya ha sabido manejar con acierto un presupuesto de 260 millones de dólares sin sonrojarse y posicionando la taquillera saga a otro nivel, explorando nuevos campos y garantizando un final digno con algunas incógnitas que deberá resolver ahora Colin Trevorrow en el punto y final de la franquicia, previsto para 2021.
No sabemos si el último trabajo del director formado en la ESCAC logrará hacer saltar la taquilla como hizo su predecesora, lo que está claro es que ha conseguido con nota alta su objetivo de emocionar y entretener. ¿Qué más se puede pedir al que será el blockbuster del verano? El futuro de Bayona solo se puede escribir a lo grande.