Anomalocaris 01

Anomalocaris

Anomalocaris («gamba extraña») es un género de animales extintos, perteneciente a la familia de los anomalocarídidos, la cual se relaciona con los artrópodos. Se estima que los Anomalocaris existieron entre comienzos y mediados del período Cámbrico, desde hace aproximadamente 525 hasta 510 millones de años. Sus primeros fósiles fueron descubiertos en el esquisto de Ogygopsis, llegando a poseer más hallazgos en el famoso esquisto de Burgess. En un principio, varias partes del cuerpo (descubiertas separadamente) se creían provenientes de distintos animales, hasta que nuevos estudios aclararon la verdadera naturaleza de los fósiles.

El Anomalocaris expone rasgos muy llamativos como «brazos» armados con espinas con los que se llevaba la comida a la boca, ojos compuestos, con una estimación de hasta 30.000 lentes por ojo, boca en forma de anillo, que no podía llegar a cerrar, con hileras de dientes para triturar la comida, lóbulos laterales que rodeaban todo el cuerpo, entre otros. Las diferentes especies de Anomalocaris estaban en la cima de la cadena alimentaria en los océanos del planeta. Alcanzando hasta un metro de largo, se trataba de una criatura realmente gigantesca para su época, por lo que depredaba toda clase de fauna contemporánea.

La longitud de Anomalocaris variaba desde 60 cm hasta 1 metro. Su distintiva cabeza poseía ojos pedunculados situados en posición dorsolateral, más un par de apéndices segmentados que al extenderse medían 17,5 cm y estaban equipados de afiladas espinas con las que debió agarrar a sus presas y llevársela a la boca.3 La boca era circular y contaba con 32 láminas superpuestas (4 grandes y 28 pequeñas) provistas de pequeñas púas aserradas que se situaban anilladas alrededor de una abertura central. Se asume que sus ojos eran compuestos, pero es difícil encontrar restos inequívocos de estas partes blandas. Estudios del CSIC de 2011 parecen poder asegurar que Anomalocaris poseía unos de los ojos compuestos más complejos del mundo animal, sugiriendo que podrían estar formados por más de 30000 celdillas.

El cuerpo era alargado y estrecho, recubierto por un exoesqueleto sin minerales pero con ciertos tejidos esclerotizados, tales como los de los apéndices y la boca. Numerosos lóbulos laterales recorrían el cuerpo, alcanzando su punto más ancho desde el tercer hasta el quinto lóbulo, y luego angostándose hasta su cola. Se contaban 13 pares en A. canadensis y 11 en A. saron, sin embargo, ambos disponían de una cola en forma de V que se constituía de tres pares de lóbulos dorsolaterales. Es posible que al ondular los flexibles lóbulos en ambos lados del cuerpo, se propulsasen por el agua ya que cada lóbulo se inclinaba hacia arriba del anterior, y así actuaban como un par de «aletas», mejorando su eficiencia al nadar. En fósiles de A. saron es notable la presencia de un par de cercos caudales, análogo de ciertos artrópodos.

La verdadera naturaleza de Anomalocaris no fue reconocida durante casi 80 años, como consecuencia de un malentendido que surgió tras el hallazgo por separado de los diferentes órganos del animal. El primer fósil fue descubierto dentro del esquisto de Ogygopsis, en el Monte Stephen, al sur de las Rocosas Canadienses, y descrito por Joseph Frederick Whiteaves en 1892. Este material, que constaba solo de un apéndice anterior, recibió el nombre de Anomalocaris canadensis. El nombre genérico proviene de las palabras griegas anomalos («extraño») y caris («camarón» o «cangrejo»), puesto que fue malinterpretado como el abdomen y la cola de un crustáceo filópodo.

Entre 1911 y 1917, Charles Doolittle Walcott hizo considerables hallazgos de Anomalocaris, incluyendo una boca que identificó erróneamente como una medusa a la cual nombró Peytoia. Asimismo, Walcott asignó un fósil del cuerpo dentro del género Laggania, cuya primera impresión fue la de un equinodermo holoturoideo. Ya en 1928, se proponía la idea de que los aquel entonces fósiles de Anomalocaris eran en realidad apéndices de un animal, sin embargo fueron atribuidos incorrectamente al crustáceo Tuzoia. Posteriormente, la Comisión Geológica de Canadá descubrió un espécimen casi completo de A. canadensis, pero se lo reconoció irónicamente como una quimera entre Peytoia y Laggania.

En 1979, volvió a predecirse la idea de que el Anomalocaris (sensu Whiteaves, 1892) no era el cuerpo de un filópodo, sino más bien uno de los apéndices que corresponderían a un solo artrópodo de gran tamaño. En definitiva, tras estudiar las colecciones de fósiles de Walcott, los paleontólogos Harry B. Whittington y Derek Briggs revelaron la incógnita pendiente en la anatomía del Anomalocaris, además de aclarar la verdadera naturaleza del Peytoia y Laggania. De acuerdo a la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica, el nombre más antiguo siempre prevalece, que en este caso fue Anomalocaris. Por otro lado, el nombre Peytoia permaneció inválido, mientras que Laggania se aplicó para designar otro género de anomalocarídido.

Dos especies, A. canadensis y A. nathorsti, fueron clasificadas por Whittington y Briggs, aunque la última resultó ser un sinónimo de Laggania. En 1995, se propuso una nueva especie, A. saron, procedente de la fauna de Chengjiang, China. Otras especies tales como A. briggsi, del esquisto de Emu Bay en Australia, y A. pennsylvanica, de la Formación de Pioche en Nevada, se consideran dudosas por basarse solamente en fósiles de apéndices sueltos. Peter van Roy y Derek Briggs publicaron en la revista científica Nature su reciente descubrimiento (2011) en el yacimiento de Burgess Shale (Canadá) de lo que afirman son los Anomalocaris de mayor tamaño encontrados hasta el momento.

Un equipo de científicos del South Australia Museum and University de Adelaide ha descubierto que el súper depredador Anomalocaris tenía una vista extraordinaria. El descubrimiento tuvo lugar al estudiar fósiles de la Isla Canguro. Según los investigadores, los datos indican que el depredador de 1 metro de largo tenía una visión tan aguda que sería mejor que la de la mayoría de los insectos. Los fósiles estudiados revelan que Anomalocaris tenía uno de los ojos compuesto más grandes que se han encontrado hasta ahora; medía 3 centímetros y contenía 16.000 lentes.

Este número tan elevado indica una vista excepcionalmente clara que puede haber permitido cazar en aguas turbias. Una resolución como la de los ojos del Anomalocaris sólo se encuentra actualmente en algunos insectos depredadores como la libélula. Esta criatura prehistórica tenía además una afiladas garras serradas, por los que seguramente era un depredador certero. John Paterson, director de la investigación declaró en Nature: «Un ojo compuesto con tantas lentes sugiere que el Anomalocaris era una cazador muy visual. Sus presas no tenían escapatoria».

El Anomalocaris no es muy conocido en la cultura. Ha aparecido en el documental de la BBC Walking with Monsters, donde se le considera el primer gran predador de la Tierra. Un Anomalocaris apareció en el documental «La formación de la Tierra», en donde se menciona que poseía unos dientes grandes. Después se le ve cazando a un trilobite.

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